Resulta increíble verlas caer. Marrones, pequeñas y secas... cada bomba que lanzo se pierde en la inmensidad del cerro de manera inmediata. Es como si ya no estuviesen allí, como si nunca hubiesen caído…. pero están. Llenas de semillas, llenas de esperanzas y llenas de amor por la naturaleza.
Eran las seis de la tarde de ayer, en Loma Bola, y se estaba llevando a cabo la última acción del programa Conscientes, impulsado por la empresa Maderplak, que a lo largo de varias etapas involucró a cientos de voluntarios con objetivos claros: educar, limpiar, restaurar y sembrar.
A lo largo de la tarde salieron 10 pilotos en parapente para diseminar por el aire “bombas” de semillas, realizadas por alumnos de alrededor de 20 escuelas y colegios de Tucumán. Cada una de ellas está compuesta por semillas de árboles nativos de las yungas, compost y arcilla. Y muchos, muchos sueños. Y soy consciente de ello.
Es como flotar
A mí también me toca volar. Nunca lo había hecho y, aunque con un poco de temor, me animo. Y es que todo esto se trata de algo más grande: no es un vuelo común, ni son solo unas simples bolas de arcilla con semillas. Para quienes nunca lo hicieron, les cuento: volar en parapente es como flotar. Después de la adrenalina de la corrida inicial, ya no hay ruidos, no hay preocupaciones, no hay tiempo. No hay nada más que uno y la naturaleza, en un contacto único e irrepetible. Un buen momento para reflexionar.
Al igual que todos los pilotos (yo, acompañado con uno), voy con un propósito: dispersar las semillas. Al abrir la bolsa que contenía las bombas, ya me siento diferente. No puedo dejar de pensar en los desastres que los humanos hemos hecho a la naturaleza y en qué futuro quiero. O si, al menos, tendremos futuro. Al mirar de nuevo las semillas, me imaginaba a los chicos aprendiendo y armando las bombas. Los veía embarrándose, limpiándose las manos… Luego las veía secándose al sol, siendo transportadas, y de nuevo en esas bolsa.
Y me alegro. Esa pequeña angustia desaparece. Veo que sí hay futuro. Con efusividad -yo y quien me acompaña- tiramos las bombas: para la izquierda, para la derecha y hacia adelante. Hasta me olvido que estoy volando. Las veo caer y me imagino cómo será ese mismo lugar dentro de algunos años: lleno de árboles, lleno de vida, una que ha sido construida gracias a un trabajo arduo de chicos y grandes que han aprendido a tomar acción por el ambiente.
Trabajo conjunto
“Esa frase de que los niños son el futuro no es una frase hecha, es una realidad. Y ser el medio por el cual una bomba, que fue armada con mucha ilusión, va a caer y generar vida, me produce mucha ilusión también. Ojalá algún día, caminando por las yungas, me encuentre con un árbol que haya crecido gracias a esta acción”, dice el piloto Matías Fortini, mientras guarda en su bolsillo las bombas para lanzar en vuelo.
Cada una alberga semillas de lapacho rosado, tipa blanca, cebil, pacará y nogal criollo. “La semilla que germina no es sólo física, sino también está germinando una en cada uno de los niños que han participado del proyecto. Y es la de la conciencia ecológica”, considera Matías y agrega convencido: “esas bombas que han hecho van a hacer que los chicos puedan ver el cerro con otras cosas. Espero que esta acción nos deje no solo una enseñanza, sino también traiga resultados, que genere un cambio de conciencia en general”.
Los más chicos lo tienen súper claro. “Está buena esta acción porque así se restaura el medioambiente de una forma fácil en los lugares en que no es tan fácil entrar”, dice Juan Cruz, uno de los nenes que con más entusiasmo presencia el evento. Con sus amiguitas Josefina, Agustina e Isabel están muy contentos de poder presenciar lo que está pasando: “se siente lindo”, “estamos felices” y “va a ser lindo cuando crezcan los árboles”, resumen.
“Me ponía a pensar en el impacto tan positivo que tiene esto… Pensar que una acción tan pequeña, la de esparcir semillas, va a tener gran impacto el día de mañana, en nuestros hijos es increíble. Me engrandece poder colaborar -afirma Mercedes Gijón, pilota-; creo que si cada uno se pone en acción y genera una pequeña mejoría en nuestro medioambiente más íntimo, puede dar lugar a un gran cambio en el planeta”. “Se trata de creer en el planeta, quererlo y amarlo. Yo amo San Javier, amo nuestro hogar, y poder hacer esto es fascinante, me llena el corazón”, añade.
Un final feliz
“Tengo tres hijos y mis ahijados. Me alegra poder mostrarles el paso a paso, que vean lo que uno puede hacer, poner ese granito de arena… Es muy importante volverlos conscientes a ellos de hacer acciones que generan un impacto, y mas en nuestra provincia, en la que tenemos que cuidar este pequeño cerro que tenemos”, comenta Silvina Franco, que ha participado en las otras acciones de Conscientes y ahora se acercó a Loma Bola a ver la conclusión del proyecto.
“Estamos muy felices de cerrar el programa con todos los objetivos cumplidos”, sintetiza Damián Rivadeneira, gerente de Maderplak e impulsor de la Fundación Conscientes. “Nuestro objetivo fue generar un efecto positivo en el medio ambiente y fomentar un compromiso activo en el cuidado de nuestro planeta. Buscamos que los chicos se conviertan en embajadores de la naturaleza y en cierto modo lo logramos. Misión cumplida”, concluye, y agradece a su equipo, a las empresas que se comprometieron con el proyecto y con la comunidad educativa, “y especialmente a los niños, que se convirtieron en guardianes del planeta”, remarca.